Reflexionando sobre la verdadera educación
A primera vista, podría parecer una pregunta sencilla: ¿qué es la educación? Hoy en día, en una época donde la educación se ha profesionalizado y se ha limitado al acto de impartir conocimientos generales o desarrollar habilidades específicas, es fácil perder de vista su esencia. Esta visión moderna resulta reducida y distante en comparación con la concepción que se tenía de la educación en siglos pasados, cuando no solo se enseñaban conocimientos, sino que también se buscaba formar el carácter, los modales y el espíritu de los jóvenes.
El diccionario original de Noah Webster, publicado en 1828, ofrece una definición que nos recuerda esta amplitud:
«La educación es la crianza, como de un niño; instrucción, inculcar modales. La educación abarca toda la gama de instrucción y disciplina que está encaminada a iluminar el entendimiento, corregir el temperamento y formar los modales y los hábitos de los jóvenes, capacitándolos para ser útiles en sus futuras funciones. Es importante dar a los hijos una buena educación en modales, arte y ciencias; es indispensable darles una educación religiosa; y una enorme responsabilidad pesa sobre los padres y tutores que descuidan estos deberes.»
Desde los primeros días de la educación formal en Norteamérica, esta visión integral fue prioritaria. La Universidad de Harvard, fundada apenas 16 años después de la llegada de los puritanos, reflejaba este enfoque. En sus reglamentos y preceptos, redactados el 26 de septiembre de 1642, se destacaba la finalidad espiritual de la educación:
«Que todo alumno sea plenamente instruido y sinceramente instado a considerar bien que el objetivo primordial de su vida y de sus estudios es conocer a Dios y a Jesucristo, quien es la vida eterna (Juan 17:3), y así poner a Cristo por base, como único fundamento de todo conocimiento y aprendizaje sano. Y, considerando que sólo el Señor da sabiduría, que cada uno se dedique en oración y en secreto a pedírsela a Él.»
Esta profunda y completa concepción de la educación inspiró a la reconocida educadora Charlotte Mason. Para ella, la educación no era solo adquisición de información, sino un proceso integral que abarcaba la vida entera, centrado en Dios y en el desarrollo de hábitos, carácter y discernimiento. Mason resumía su filosofía educativa con conceptos como:
- «La ciencia de las relaciones»
- «Atmósfera, disciplina, vida»
- «La formación de hábitos»
- «El conocimiento de Dios como principal conocimiento y meta de la educación»
En esencia, la educación, tal como la concebían Webster, los fundadores de Harvard y Charlotte Mason, trasciende la mera instrucción académica. Es un camino de preparación para la vida, guiado por principios eternos, donde la sabiduría y el carácter se cultivan junto con el conocimiento.
Así, cuando nos preguntamos: ¿qué es la educación?, podemos recordar la invitación del Señor:
«Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma…» (Jeremías 6:16)
La educación verdadera no solo forma la mente, sino que también nutre el alma, capacitando a los jóvenes para vivir vidas de propósito, bondad y servicio, siempre centradas en Dios.
