¿Por qué decidí educar a mis hijos en casa? Seguramente muchas de nosotras hemos recibido esta pregunta en más de una ocasión, y sin duda las respuestas pueden ser muy diversas dependiendo de la situación de cada familia. Algunas hablarán de la flexibilidad, otras de la calidad académica, algunas del ambiente seguro que se procura en el hogar… pero, al reflexionar con calma, me encontré con una verdad mucho más profunda que trasciende todas esas razones. Meditando en la dignidad y el honor que delante de Dios representa la maternidad, descubrí que esta vocaciónno es un simple rol pasajero, sino un oficio eterno y trascendental. Y al buscar la perspectiva bíblica sobre este llamado, hallé una maravillosa conclusión que no solo resume la importancia de la maternidad, sino que también responde de manera contundente a tan célebre pregunta. «Considera el cargo de una madre:Una criatura inmortal;el deber de una madre:Formarlo para Dios, el cielo y la eternidad;la dignidad de una madre:Educar a la familia del Creador Todopoderoso del universo;la dificultad de una madre:Levantar a una criatura caída, pecaminosa, a la santidad y la virtud;el aliento de una madre:La promesa de la gracia divina para ayudarla en sus deberes trascendentales;el alivio de una madre:Llevar la carga de sus preocupaciones a Dios en oración;y la esperanza de una madre:Encontrarse con su hijo en la gloria eterna y pasar siglos eternos de deleite con él delante del trono de Dios y del Cordero.» — John Angell James, La piedad femenina Este extracto no solo describe la tarea de la madre, sino que la coloca en su justa dimensión: Una labor de valor eterno, imposible de llevar adelante sin la gracia de Dios. No se trata únicamente de instruir en letras y números, sino de formar corazones para la eternidad, de acompañar a nuestros hijos en el camino hacia la verdad, la virtud y la fe en Cristo. Por eso, más allá de cualquier ventaja terrenal o beneficio temporal, decidí asumir la responsabilidad de la crianza y educación de mis hijos en casa. No porque sea el camino más fácil, sino porque estoy convencida de que es una misión sagrada que el Señor me ha confiado, y que solo con su ayuda puedo cumplir. Así, cada día se convierte en una oportunidad para discipularlos, amarles con paciencia, enseñarles con ejemplo, y orar junto a ellos para que sus vidas glorifiquen al Señor. Y en medio de esta tarea, descanso en la promesade que Aquel que me encomendó este oficio me dará la gracia suficiente para perseverar hasta el final.
¿Qué es la educación?
Reflexionando sobre la verdadera educación A primera vista, podría parecer una pregunta sencilla: ¿qué es la educación? Hoy en día, en una época donde la educación se ha profesionalizado y se ha limitado al acto de impartir conocimientos generales o desarrollar habilidades específicas, es fácil perder de vista su esencia. Esta visión moderna resulta reducida y distante en comparación con la concepción que se tenía de la educación en siglos pasados, cuando no solo se enseñaban conocimientos, sino que también se buscaba formar el carácter, los modales y el espíritu de los jóvenes. El diccionario original de Noah Webster, publicado en 1828, ofrece una definición que nos recuerda esta amplitud: «La educación es la crianza, como de un niño; instrucción, inculcar modales. La educación abarca toda la gama de instrucción y disciplina que está encaminada a iluminar el entendimiento, corregir el temperamento y formar los modales y los hábitos de los jóvenes, capacitándolos para ser útiles en sus futuras funciones. Es importante dar a los hijos una buena educación en modales, arte y ciencias; es indispensable darles una educación religiosa; y una enorme responsabilidad pesa sobre los padres y tutores que descuidan estos deberes.» Desde los primeros días de la educación formal en Norteamérica, esta visión integral fue prioritaria. La Universidad de Harvard, fundada apenas 16 años después de la llegada de los puritanos, reflejaba este enfoque. En sus reglamentos y preceptos, redactados el 26 de septiembre de 1642, se destacaba la finalidad espiritual de la educación: «Que todo alumno sea plenamente instruido y sinceramente instado a considerar bien que el objetivo primordial de su vida y de sus estudios es conocer a Dios y a Jesucristo, quien es la vida eterna (Juan 17:3), y así poner a Cristo por base, como único fundamento de todo conocimiento y aprendizaje sano. Y, considerando que sólo el Señor da sabiduría, que cada uno se dedique en oración y en secreto a pedírsela a Él.» Esta profunda y completa concepción de la educación inspiró a la reconocida educadora Charlotte Mason. Para ella, la educación no era solo adquisición de información, sino un proceso integral que abarcaba la vida entera, centrado en Dios y en el desarrollo de hábitos, carácter y discernimiento. Mason resumía su filosofía educativa con conceptos como: «La ciencia de las relaciones» «Atmósfera, disciplina, vida» «La formación de hábitos» «El conocimiento de Dios como principal conocimiento y meta de la educación» En esencia, la educación, tal como la concebían Webster, los fundadores de Harvard y Charlotte Mason, trasciende la mera instrucción académica. Es un camino de preparación para la vida, guiado por principios eternos, donde la sabiduría y el carácter se cultivan junto con el conocimiento. Así, cuando nos preguntamos: ¿qué es la educación?, podemos recordar la invitación del Señor: «Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma…» (Jeremías 6:16) La educación verdadera no solo forma la mente, sino que también nutre el alma, capacitando a los jóvenes para vivir vidas de propósito, bondad y servicio, siempre centradas en Dios.